Once de septiembre de 1973. El equipo de Paloma, una de las revistas para mujeres más vendidas durante el gobierno de Salvador Allende, se reunió en la Editorial Quimantú, a pasos de lo que hoy es el Metro Baquedano. Aquella mañana, un par de tanques acechaban la Avenida Santa María. Los militares apostados al otro lado del río Mapocho tenían un objetivo: tomar el edificio de Quimantú, baluarte cultural de la Unidad Popular, que producía también la revista Paloma.
Una bala atravesó una de las ventanas. Por el estruendo y el miedo, todos bajaron al casino del lugar. Mientras algunos cantaban y otros trabajadores conversaban para mantener la calma, recibieron la noticia de que el Palacio de La Moneda había sido bombardeado y que el presidente Allende estaba muerto. Minutos después, les ordenaron evacuar. Se iniciaba el primer toque de queda impuesto por el régimen de Augusto Pinochet.
“Habían quemado libros, revistas y el preciado archivo. Las oficinas aparecían vandalizadas, con inscripciones obscenas en las paredes. Nos despidieron a la mayoría. Así comenzó otra vida, la del exilio. Paloma, al igual que la mayoría de los medios de comunicación, pasó a ser parte de la historia del periodismo”, relata Mary Zajer, periodista en Paloma quien vio cómo un proyecto revolucionario quedó truncado.
Un poco de tranquilidad
Con el propósito de aportar a la mujer chilena en noviembre de 1972 se creó la revista Paloma. Destinada a la clase media baja, entretuvo y, al mismo tiempo, ayudó a enfrentar la complicada situación de tensiones sociales y económicas de la época. Su directora, Cecilia Allendes, explica que dentro de sus propósitos estaba “contarle a la gente cómo se podía vivir con todos esos problemas”.

Gracias al esfuerzo del director de la División Periodística de Quimantú, Alberto Vivanco, nació Paloma, que en sus inicios estuvo a cargo de Hilda López y Rose Marie Graepp, periodistas en la editorial.
Su equipo de trabajo, ya formado cuando llegó Allendes a Quimantú, estaba compuesto por la subdirectora Gabriela Meza, y las periodistas Mary Zajer, Luisa Ulibarri, María Angélica Álvarez, María Elena Hurtado y Jimena Castillo. También estaban Graciela Torricelli y Susana Martínez en la sección “Hogar” –a la que llamaron Micaela–; y Sylvia Ríos y Carmen Raga en Magazine.
De periodicidad quincenal, tuvo 22 ediciones en total, con un tiraje aproximado de 200 mil ejemplares. Su primera edición fue publicada el 14 de noviembre de 1972 y la última el 4 de septiembre de 1973 con una venta de 152 mil revistas. Paloma número 23 habría salido el 18 de septiembre de no haber sido por el golpe.

El inicio de Paloma fue icónico para la época y tal fue el éxito que su primera edición se agotó en un solo día en los quioscos del país. Se tuvieron que imprimir más ejemplares. Una colorida portada donde estaba la periodista y hoy presidenta del Museo de La Memoria, Marcia Scantlebury. En la foto, ella sostenía una paloma blanca, símbolo de paz en días turbulentos, lo que llamó la atención de diversos sectores del país.
“Empezamos a tomar temas que le importaban a la mujer y sabíamos de eso a partir de las cartas que nos llegaban, de los llamados telefónicos, de la gente que iba a la revista. Fue impresionante ver cómo, poco a poco, iba subiendo el tiraje y llegamos a vender 550 mil ejemplares”, señala Allendes.
La esencia de Paloma
Si bien existía otra revista alineada con la UP, Ramona, su público era más joven. Paloma, en cambio, iba dirigido a las mujeres de familia, con o sin marido.
Sus portadas ilustraban a la adulta chilena promedio que podía vivir entre Arica y Punta Arenas. No pretendía ser aspiracional, sino mostrar la vestimenta que las mujeres realmente usaban. El objetivo, según Allendes, estaba en que “si vas a sacar moda, no vas a ir a tiendas elegantes, tienes que fotografiar a gente en la calle o entrar a tiendas que tengan ropa barata”.
Paloma no tenía casi publicidad en sus interiores y, la que aparecía, era de empresas o productos del Estado. Por ende, su papel no era de la mejor calidad, pero sus reportajes, artículos, entrevistas e ilustraciones eran producidos por un equipo totalmente dedicado. “Nosotros ganábamos bastante poco, pero tampoco nos importaba ganar poco”, confiesa Cecilia Allendes, recalcando que el amor y las buenas ideas era lo que les impulsaba a trabajar.
Entre sus secciones se podían observar reportajes, entrevistas, moda, artesanía, decoración, consejos, cocina, el horóscopo, cartas a la directora, comentarios sobre cine, cuentos, chistes y, además, un consultorio jurídico con respuestas de una abogada en materias legales. Para temas sobre salud mental, había una psicóloga.
A lo largo de sus ediciones, hacía conocer numerosos consejos prácticos como, por ejemplo, técnicas para eliminar la mancha azul de un vestido, entre otras recomendaciones para facilitar la vida diaria de la época.
Retratar a la mujer chilena
Mary Zajer, periodista del equipo, propuso hacer reportajes en diversos lugares del país. Esto, porque ella pensaba que había que “descentralizar y asomarse a la vida de la mujer chilena, recoger sus inquietudes y sus cambios, sus luchas para integrarse y sus motivaciones”.
“No estábamos pensando en más derecha o menos derecha o más izquierda, era por el hecho de que a la persona valía la pena entrevistarla por lo que hacía”, relata Cecilia Allendes.
Zajer recuerda una de sus mejores experiencias como notera en Paloma. “El faro del fin del mundo” llamó a su reportaje en que convivió con un farero y su mujer, quienes vivían en Punta Dungeness, en el extremo sur de Chile. Eran los únicos habitantes de la zona. En la portada de la edición número 15, desplegada acá, la fotografía pertenece a la cónyuge del guardián.
Así, este y otros reportajes se podrán ver a futuro en su totalidad gracias al esfuerzo de una digitalización de las ediciones publicadas de la revista. Esto será llevado a cabo por la periodista Milena Vodanovic en conjunto con el Centro de Investigación y Documentación Universidad Finis Terrae.