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The Clinic: El pasquín que se consolidó como medio

El 23 de noviembre de 1998 vio la luz una de las más importantes revistas independientes de Chile. Caracterizada por su satírico y corrosivo humor, The Clinic ha sabido, con altos y bajos, sobrevivir aún en tiempos en los que publicar en papel, resulta incluso un gesto político.

No pretendía ser un chiste, pero quedó para la historia: la primera edición de The Clinic salió, por error, impreso con el número 2 en su portada.

Corría octubre de 1998 y Augusto Pinochet había sido sorpresivamente detenido en Londres. Aquejado de una hernia discal lumbar, viajó a la capital inglesa para someterse a una cirugía. En Chile era senador vitalicio, tenía fuero y una Ley de Amnistía le garantizaba total impunidad por los crímenes cometidos durante su dictadura. Sin embargo, mientras se encontraba internado en la London Clinic, el juez español Baltasar Garzón dictó una orden de detención en su contra. Frente a fachada de ese centro hospitalario, que sólo tenía esculpida las palabras “The Clinic”, se realizaban cada día los despachos televisivos.

The London Clinic

Este evento encendió la chispa y en una tertulia celebrada por aquellos días entre Patricio Fernández y un grupo de amigos, resolvieron crear un medio que expusiera lo que estaba sucediendo con Pinochet en un tono humorístico, sarcástico y gráfico. En definitiva, muy alejado de como los medios “tradicionales” chilenos estaban presentando los hechos.

Según consta en la memoria de título “The Clinic: Las claves del éxito de una experiencia que innovó la prensa escrita chilena” con la que Catalina Caro Caro obtuvo su título de periodista en la Universidad de Chile, en dicha reunión se encontraban junto a Fernández: Guillermo Tejeda, Andrés Braithwaite, Roberto Brodsky y Nibaldo Mosciatti. Aquel mismo día se zanjó que el nombre del pasquín sería The Clinic. Sin embargo, aún faltaba resolver cómo financiarlo. Guillermo Tejeda, que era el asesor de imagen del entonces candidato a la presidencia, Ricardo Lagos, fue quien inició las gestiones que derivaron en el apoyo económico proveniente del comando.

“Lagos enfrentaba por aquellos años a Andrés Zaldívar para ver quién iba a ser el candidato de ese sector a la próxima elección presidencial. El equipo de campaña de Lagos, en el que estaban Manuela Gumucio, Carlos Ominami y Marcos Enríquez-Ominami, recibió una propuesta para una publicación dirigida a los jóvenes con el objeto de conseguir el apoyo para la candidatura de Lagos. Esa propuesta la hizo Patricio Fernández con Rafael Gumucio, prácticamente”, señala Pablo Dittborn, quien más tarde sería gerente-socio del pasquín.

Según Dittborn, el debutar con un numero 2 en su primera edición “fue la forma de sacarse la suerte que habían corrido otros medios de oposición, que duraban unos cuantos números después del uno”. Tras el regreso a la democracia en 1990, los medios que se opusieron a la dictadura habían ido desapareciendo uno a uno y los nuevos proyectos no lograban afianzarse. Se consolidó entonces el llamado duopolio de la prensa en Chile entre los consorcios El Mercurio y Copesa, de derecha conservadora uno y liberal el otro.

Primera portada de The Clinic: N°2

En ese contexto mediático, en que la cobertura del caso Pinochet era el de una afrenta extranjera, el primer número dos de The Clinic, publicado el 23 de noviembre de 1998, causó polémica inmediatamente. En la portada se tituló con “¡Acicalarse chiquillas! Garzón viene a Chile”, y en sus cuatro páginas de contenido imperó su sarcástico humor. A su vez, el hecho de que el medio se apropiase del slogan del desaparecido diario Clarín, “Firme junto al pueblo”, fue otro punto que suscitó más de un levantamiento de ceja por parte de algunos sectores.

The Clinic nació como un panfleto dedicado a humillar la figura y la herencia de Pinochet. Había que ridiculizar al monstruo para dejar de temerle. La repartíamos de mano en mano. Con Pato Pozo, el diseñador, llevábamos personalmente el disquete a la imprenta, al final de la noche de la jornada del cierre, muy cerca del aeropuerto Pudahuel”, rememora Patricio Fernández en su editorial publicada el 27 de junio de 2013.

La aparición del pasquín causó polémica tanto en el mundo político como en la sociedad chilena. Su humor corrosivo, algo que por aquellos años no se veía en un Chile muchísimo más conservador de lo que es ya hoy en día, produjo reacciones de todo tipo. No obstante el éxito en términos de difusión (no monetario, ya que los números eran gratuitos) y polémica de los primeros tirajes, solamente ocho números fueron publicados antes de su primera “crisis financiera”.

Un nuevo socio y el giro periodístico

Tras el triunfo de Lagos en las primarias, el dinero proveniente de su campaña dejó de llegar al medio, por lo que The Clinic desapareció durante ocho meses.

En la búsqueda de financiamiento es Guillermo Tejeda, encargado de la parte de diseño de The Clinic quien se contactó nuevamente con quien sería su nuevo socio.

Tras pasar 20 años en Argentina, Pablo Dittborn regresó a Chile con la perspectiva de lo que se estaba realizando tanto en literatura como en prensa satírica en el país trasandino. Su gusto por revistas como Humor Registrado (Hum®), Tía Vicenta y Eroticón, cimentaron su interés por participar en un proyecto como The Clinic. Tejeda organizó una reunión con Fernández y Dittborn para buscar el apoyo del por entonces director de Ediciones B.

“Yo conocí a Guillermo Tejeda porque me había diseñado algunas portadas de libros cuando era director en Ediciones B. Guillermo armó este almuerzo en el Restaurant Squadritto, en el Barrio Lastarria. Y bueno, ese almuerzo fue historiado, porque ahí terminaron rompiéndose las relaciones entre Guillermo y Patricio. Guillermo se paró, y me dijo Pablo, nos vamos y yo le dije que no, que estaba muy bien donde estaba y que tenía interés de sacar adelante el proyecto”, recuerda Pablo Dittborn.

Ya con Dittborn como gerente-socio y Patricio Fernández como director-dueño, se comenzó a gestar el éxito de The Clinic.

El primer número de esta segunda fase meses apareció el 14 de octubre de 1999. Ahora, el quincenario constaba de ocho páginas y tenía un costo de 200 pesos.

A su vez, según lo documentado en la memoria de título de Catalina Caro, en el interior de ese número de relanzamiento apareció por primera vez un colofón nombrando al equipo, el cual estuvo conformado por: Patricio Fernández, como director y representante legal, Enrique Symns con el cargo de editor, y entre los colaboradores estaban Ángel Carcavilla, Rafael Gumucio y Pedro Lemebel.

Junto con este nuevo “relanzamiento” vino la necesidad de tener una oficina propia, por lo que el equipo se trasladó al segundo piso del edificio ubicado en la calle Las Claras #195, en la comuna de Providencia. Fue en esa época que contrataron como secretaria a Alejandra Fierro, la única del equipo original que sigue en funciones.

Las portadas sexistas, muy comunes en The Clinic, fueron luego cuestionadas.

La reaparición de la revista causó, nuevamente, impacto, risas y molestias

Entre las peleas memorables de aquellos años está la acontecida en 1999 y que involucró a Patricio Fernández con Carlos Alberto Délano (Penta) y Alan Cooper (ex Patria y Libertad). Así lo recuerda Fernández en su editorial publicada el 7 de diciembre de 2008:

“Existía gente que nos odiaba con dedicación exclusiva y admiradores que nos juraban amor eterno. En el matrimonio de un pariente me agarraron a puñetazos un par de lavinistas furiosos: (Carlos Alberto) Délano y (Alan) Cooper. Este último había participado en el asesinato del general Schneider y el incidente sacó portada en el diario La Nación. Ricardo Lagos, entonces candidato, me llamó para solidarizar. La revista se volvió un poco más famosa. Según Dittborn, una golpiza cada tanto nos vendría de perilla. Una de las veces que nos amenazaron de bomba, le pedí a Alejandra que revisara los cajones antes de llamar a Carabineros. La tragedia en ciernes, más que en una explosión sangrienta, radicaba en que hubiera drogas, y estallara un escándalo. Por suerte, esa tarde estábamos limpios”.

El día a día en las dependencias de The Clinic, por aquellos años, e distaba mucho de lo que se vivía en otros medios. Un ejemplo de esto se expresa en la editorial de Patricio Fernández, anteriormente citada:

“Salvo Dittborn, que ejercía un cargo importante en otra editorial y no participaba propiamente de la vida oficinesca, nadie tenía mujer ni hijos. No se pagaban sueldos. Las noches eran eternas. Las reuniones de pauta eran alimentadas por todo tipo de bebestibles. El aire de la dictadura seguía opacando el ambiente, y para contrarrestarlo, había que ser lo más demente posible. Odiábamos con fervor todo lo que oliera a militar. Inventábamos titulares en estado de éxtasis. Los gritos iban de un lado al otro. En un comienzo, no había reporteo. Se jugaba con lo que decían los demás medios y las columnas de opinión sacaban afuera las miles de sensaciones enclaustradas. Entrevistábamos mendigos, almaceneros, gente de alrededor”.

Así, la publicación se amplió de ocho páginas a doce, y luego a 16. Se incluyó a Álvaro Díaz como editor de humor y se creó, bajo la dirección de Enrique Symns, las secciones “El Merculo”, “Artes y tetas” (En alusión al suplemento Artes y Letras de El Mercurio), “Qué paja” (en alusión a la revista Qué Pasa) y “La Sorrunda” (en alusión a La Segunda). Sin embargo, tras una serie de conflictos, Enrique Symns abandonó el proyecto.

En en 2003 el medio dio su primer giro periodístico, con la incorporación de Juan Andrés Guzmán como editor, quien llegó luego de su trabajo en la revista Siete+7. Luego se sumaron los periodistas Pablo Vergara y Ana María Sanhueza. Esto volvió al medio mucho más “tentador” para nuevos periodistas, quienes veían en The Clinic la oportunidad de participar en un proyecto que les daba mayor libertad en cuanto a contenidos. Patricio Fernández terminó dejándole la dirección a Guzmán — él quedó momentáneamente en un simbólico cargo de “director espiritual”, aunque retomaría las riendas más adelante —, mientras que Vergara y Sanhueza tomaron la edición del pasquín.

“Con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que más allá del viejo y su resplandor, en Chile, como en todo país, o seguramente más, había absurdos permanentes. Nos dimos cuenta también de que la risa no bastaba para develar y desbaratar las macabrerías del entorno. (..) Y más que dar una respuesta ideológica, nos gustó la idea de desenmascararnos. Supongo que fue por eso que empezamos a adentrarnos lentamente en el periodismo propiamente tal”, explica la editorial de The Clinic del 13 de abril de 2003.

Para el periodista Jorge Rojas, quien llegó como practicante, The Clinic fue su “verdadera escuela” y fue su tiempo estando allí bajo la dirección de Juan Andrés Guzmán la etapa más importante en su formación como periodista.

“Había mucho interés por parte de los alumnos de periodismo de hacer la práctica allí, era entretenido. Se decía mucho que esta revista había sido tomada por los periodistas. En esta etapa se empiezan a escribir muy buenos reportajes. Quienes trabajábamos allí siempre lo concebimos también como una fiesta”, señala Rojas.

El hoy colaborador de revista Sábado destaca que, a diferencia de otros medios, existía entre los lectores de The Clinic la percepción de la revista como un “artefacto coleccionable”, lo que provocaba que su audiencia y seguidores guardasen los números.

The Clinic apoyando a los estudiantes durante la revolución pingüina de 2006

Por aquellos años, la cobertura de los casos de Karadima o la Revolución Pingüina fueron una agenda constante en la revista. Además, The Clinic sería uno de los pocos medios que se manifestó abiertamente a favor de las demandas de los secundarios.

El medio poseía también un robusto valor literario. Si bien durante toda su historia en sus páginas se podían encontrar “webeos” de todo tipo, un lenguaje procaz y corrosivo humor, esto se acompañó con publicaciones de destacados columnistas y escritores como: Pedro Lemebel, Diamela Eltit, Jaime Baily, Alejandro Zambra, Claudio Bertoni, Alfredo Jocelyn-Holt, Bruno Vidal e inclusive Nicanor Parra.

En este sentido, el medio se constituyó como un semanario donde convivían las predicciones del Divino Anticristo (persona en situación de calle conocida por vender sus escritos en prosa por Santiago), reportajes sobre el aborto y un lenguaje procaz, con editoriales donde se hacía alusión a la reproductividad técnica de Walter Benjamin.

No solo las portadas y reportajes del medio suscitaron polémica, también así lo hicieron los escritos publicados.

Por aquellos años existía una sección titulada “La Carne” donde una escritora (o escritor), bajo el seudónimo de Carolina Errázuriz Mackenna, semana a semana relataba supuestas aventuras, obsesiones y encuentros sexuales. Estas crónicas no dejaron indiferente a nadie, y mucho menos a personajes ultraconservadores como Hermógenes Pérez de Arce, quien, en una carta remitida a El Mercurio, reconoció que en un encuentro le manifestó a Patricio Fernández su extrañeza, derivada del por qué una persona vinculada a “tan honorables familias, pudiera escribir algo tan auto denigratorio”.

En la crónica aludida, Errázuriz Mackenna relataba prácticas de zoofilia. Ante lo comentado por Pérez de Arce, Errázuriz respondió al ex director de La Segunda y le planteó una disyuntiva: ¿se sintió incómodo por la práctica en sí descrita en la crónica, o porque la involucrada fuera de “honorable familia” ?, ¿Hubiera sido lo mismo si no tuviera eso apellidos?¨ (lea el intercambio en PDF).

Era la forma, marca del medio, de exponer e incomodar al conservadurismo.

Dichos contenidos, acompañados de reportajes en que, por ejemplo, se documentaba el día a día de las mujeres y travestis que ejercían la prostitución, provocó que prácticamente ningún avisador estuviera dispuesto a aparecer por entonces en el medio. Sin embargo, en su mejor época, The Clinic se paraba solo y sin publicidad, financiándose a través de sus ventas.

Según cuenta Dittborn, los números más vendidos fueron el especial de Nicanor Parra y el publicado tras la muerte de Pinochet (una foto en el ataúd con la leyenda “Liz Taylor”), cuyos tirajes oscilaron entre los 96 mil y 100 mil ejemplares. Durante largo tiempo el medio mantuvo una media de ventas de 46 mil ejemplares.

No obstante, la muerte de Pinochet provocó un importante remezón en el medio: debía replantearse al existir ya sin la sombra, al menos física, de quien simbolizaba todo ante lo cual se rebelaron.

The Clinic Online

El segundo giro en el medio vino de la mano de la creación de The Clinic Online. Poco a poco comenzó a ser más evidente que el papel iba perdiendo terreno, en contraposición con las plataformas digitales. Por esto, y gracias a las ganancias percibidas por la creación del Bar The Clinic, es que sus dueños deciden utilizar dicho capital para poner en marcha el proyecto digital del medio durante el año 2011.

Si bien ya contaban con una página-blog donde se subían las portadas del medio físico, la plataforma era obsoleta y no cumplía el estándar de un medio digital. Se le encarga entonces al periodista Pablo Basadre que levante un proyecto digital más elaborado, que genere sus propios contenidos.

La revista era ya era un semanario, lo cual eliminaba la posibilidad de tratar los temas del día a día. Esta sería la primera tarea del digital: cubrir y trabajar los temas que, por su periodicidad, resultaba imposible para la revista física.

En su primera etapa, The Clinic Online contó con las secciones “Chilean News”, donde se trataban los temas nacionales; “Poder”, con reportajes; “Webeo”, contenía los chistes característicos del papel; “Verde”, tanto con temas medioambientales como contenidos relacionados a la legalización de la marihuana y “La calle”, donde se publicaban contenidos enviados por lectores.

Pablo Basadre recuerda así su proyecto digital:

“Mi idea era que el medio tuviera muchos golpes periodísticos. A diferencia del papel, que era algo mucho más reposado. El 2011 teníamos el movimiento estudiantil, lo que nos dio el minuto a minuto. La parte online contrastaba del físico porque éramos más frívolos, no sacando farándula, pero en el online no ibas a ver entrevistas a escritores, éramos más poperos, lo cual yo creo que fue un acierto con las audiencias que teníamos”.

Entre el primer equipo de The Clinic Online estaba una joven Camila Gutiérrez (quien años más tarde sería conocida por su guion de Joven y Alocada), quien para Basadre fue parte importante del éxito de la nueva plataforma.

“La Camila le daba un plus, con eso de la cultura pop. Por ejemplo, una vez entrevistamos a Carlos Larraín y mandamos a la Camila a su casa acá en Santiago. La Camila era fanática de los gatos. La Camila iba muy pauteada con el tema político y al final Carlos Larraín tenía como 20 gatos en la casa. Al final hablaron de gatos y toda la entrevista se trató de gatos y terminó siendo una de las entrevistas más leídas. Eso en el papel no hubiera sucedido”, comenta Basadre.

En 2015, The Clinic Online se fortaleció gracias a sus golpes sobre las boletas de SQM que involucraban al por entonces ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, lo que derivó en su retiro del gabinete. Con el tiempo, se incorporó también a la periodista Ivonne Toro como subeditora, con lo que se desarrolló aún más el énfasis a crónicas y reportajes.

De esta forma, los golpes y la inmediatez del digital nutrieron y dialogaron con las columnas de opinión y reportajes en profundidad que se podían encontrar en el papel. No obstante, si bien a través de la plataforma online se percibían ingresos por conceptos de publicidad, seguía siendo complicado conseguir avisadores por los contenidos propios del mismo, provocando déficit, lo que generó en la dirección la necesidad de buscar nuevos socios.

Cuando se tomó esa decisión, en octubre de 2017 los dueños de The Clinic eran los mismos que el medio había tenido en sus mejores tiempos: Patricio Fernández (49%), Pablo Dittborn (36%) y Mario Lobo (15%), ex socio de Celfin. El nuevo dueño vendría de otro mundo: Jorge Ergas, empresario y ex director del Banco de Chile, del que su padre Jacobo Ergas es el principal accionista minoritario.

“En una de las muchas conversaciones que tuvimos, tanto Patricio como yo, buscando un eventual inversor, hablé con Arturo Majlis (abogado de la familia Ergas). Él nos presentó a Jorge Ergas. Nos juntamos dos o tres veces, preparamos toda la información y llegamos a acuerdo”, señala Dittborn.

Ya en 2018, Jorge Ergas tomó un 33% de The Clinic, con lo cual Fernández quedó con 34%, y Lobo y Dittborn con el 33% restante.

Al poco tiempo, y para poder seguir potenciando y mantener al medio, que ya evidenciaba serios problemas financieros, se hacía urgente una inyección de liquidez. Dittborn, con 70 años, sintió que por entonces The Clinic no era su prioridad, por lo que disolvió su parte. Finalmente la sociedad terminó compuesta por Fernández y Ergas en un 50/50.

Por el lado editorial, uno de los primeros cambios que se produjo, con el fin de abaratar costos, fue la integración de las redacciones, por lo que se puso fin a la separación entre los equipos de papel y digital. Este hecho significó una fuerte crisis dentro del medio, pues los periodistas reclamaban que ahora hacían múltiples labores por el mismo sueldo. A comienzos de 2018 organizaron un sindicato para defender sus derechos laborales. El enfrentamiento con Patricio Fernández fue duro y público, debido a que el sindicato se encargó de difundir los problemas que se vivían en la redacción.

“Desde noviembre hasta hoy, The Clinic ha sufrido la pérdida de siete de sus trabajadores, ya sea por despidos o renuncias. En tan sólo cinco meses, se redujo en más de la mitad el equipo original. Aun así, el directorio, en el que el señor Patricio Fernández Chadwick tiene voz y voto, ha rechazado constantemente las peticiones por incluir más personal o mejorar las condiciones de quienes asumimos la carga laboral extra”, denunciaba en abril de 2018 un comunicado del sindicato, cuestionando que el medio tuviera prácticas que había criticado en otras empresas. La “buena onda” del Clinic se había acabado: “Triste realidad para un medio que afirma estar Firme junto al pueblo”, concluía el comunicado.

Nueva era

Poco después del quiebre con el equipo periodístico, Patricio Fernández resolvió abandonar la dirección, aunque manteniendo la sociedad con Ergas.

Portada en su nueva etapa feminista

The Clinic ya no gozaba de la lectoría de antaño, muchos de sus periodistas consolidados abandonaron el medio y el resurgimiento de las demandas feministas contemporáneas caducaron el humor de tinte machista que muchas veces pregonaba. En este contexto, la persona elegida por Fernández para asumir la dirección fue Lorena Penjean (quien había sido parte de la primera etapa del medio). Penjean, junto a la periodista Alejandra Matus, fueron las encargadas de dirigir el nuevo desafío, en el cual no solo la línea editorial tomó perspectiva de género, sino que también se hizo un esfuerzo por fortalecer las plataformas digitales.

“Hoy, este equipo atesora el impreso, porque somos nostálgicos y porque le debemos todo. Porque resistir en el impreso ya nos parece un gesto político y ojalá consigamos seguir en la lucha, aunque lo cierto es que todo se mueve aquí, en el mundo digital, ya ni siquiera por el computador, sino que por el celular. Y eso requiere otros esfuerzos. Al papel nuestros honores, a la web nuestra esperanza. Pero ojo, hay algo que no cambia desde nuestra fundación en 1998 ni tampoco en nuestro salto a la web una década después: nuestra carcajada impertinente y nuestro amor por contar historias”, señala el editorial de Lorena Penjean, publicado el 26 de marzo de 2019, con motivo del lanzamiento del nuevo sitio web.

El sello de Penjean duraría poco. En enero de 2020, Patricio Fernández vendió su mitad de las acciones a Jorge Ergas, quien quedó como propietario único. Poco después de la salida de Fernández, Penjean se retiró de la dirección argumentando motivos personales y fue reemplazada por Macarena Lescornez, quien asumió en marzo de 2020.

“Hay que entender que están todos los medios en un proceso de cambio. Y estamos en esa búsqueda constante de cuál es la posición del The Clinic en el nuevo mundo. Estamos en un mundo de muchos cambios, hay muchas bisectrices las cuales se pueden seguir, estamos en búsqueda de ella”, resume el editor web del Clinic, Pablo Orellana.

Los cambios implementados han permitido que el medio continúe vigente y que tanto en su plataforma digital como impresa sea mucho más que un pasquín. Sin embargo, el sello que lo caracterizaba se diluyó con el tiempo y The Clinic parece seguir en busca de su nuevo rumbo, mucho más anclado a lo periodístico y con internet como su principal soporte.