Historia

Quimantú: La legendaria editorial de la Unidad Popular

Este proyecto se dedicó a expandir cultura y educación a los chilenos. En sus dos años de existencia publicó más de 12 millones de libros. Antes del golpe de Estado había logrado vender ya 11 millones de ejemplares. Fue el legado cultural de la Unidad Popular que dejó de existir el 11 de septiembre de 1973.

En 1971 comenzó uno de los proyectos más memorables de la Unidad Popular. La editorial Quimantú (sol del saber, en mapudungún) llenó las estanterías de clásicos mundiales, de literatura nacional, de libros de historia de Chile (“Nosotros los chilenos”), y de libros de “educación política” como fueron los famosos “Cuadernos de educación popular”.

Quimantú: prácticas, política y memoria

La meta era brindar a la población un acceso al mundo literario y del conocimiento. Los libros de la editorial no solo llegaron a las bibliotecas, sino que también a los quioscos. Ello, con la idea de masificar la venta de los ejemplares al público. Destacan el trabajo que tuvo la editorial con sindicatos y con las oficinas de bienestar social en la distribución de libros hacia regiones. Las colecciones más vendidas y demandadas fueron, “Nosotros los chilenos”, “Minilibros Quimantú”, “Quimantú para todos” y los “Cuadernos de educación popular”.

La editorial se constituyó tras la compra de la casa editora Zigzag, entonces en quiebra, por parte del Estado. Quimantú mantuvo la mayoría de revistas de esa casa editorial a excepción de la de James Bond, que promovía valores poco ad hoc al proyecto de la Unidad Popular. Aunque muchos buscaban que Quimantú fuese solamente histórico y educativo, había espacio para revistas, comics y libros de fantasía.

En dos años y medio se publicaron 12.093.000 volúmenes de 247 títulos diferentes. De estos, a la fecha del golpe militar, se habían vendido 11.164.000, en días en que la población del país no alcanzaba los 10 millones de habitantes. Fueron 80 mil ejemplares de “Minilibros Quimantú” semanales, 30 mil de “Quimantú para Todos” y 20 mil de “Nosotros los chilenos”.

Arturo Navarro, director de la colección infantil de Quimantú, explica en el sitio Museo Violeta Parra, cómo nacieron algunas de las ediciones más exitosas de la editorial. Por ejemplo, “Quimantú para todos” publicaba cada 15 días un libro de ficción de alto nivel. Como esto dejaba una semana sin oferta, se decidió crear una edición de no ficción periodística. Por esto nació “Nosotros los chilenos”, que fueron crónicas de trabajadores de todo Chile. Se utilizaba el mismo método que se usaba para hacer revistas e iban a reportear incluso con fotógrafos. Este proyecto estuvo a cargo de uno de los chilenos que mejor pudo interpretar aquella frase: el conocido escritor Alfonso Alcalde. Uno de los primeros ejemplares trataba de las comidas y bebidas de Chile con Alcalde recorriendo la zona del Biobío.

A continuación, nació la edición más exitosa de la editorial: “Minilibros Quimantú”. La casa editora notó que el público de nivel socioeconómico bajo compraba libros como “Corín Tellado” y “Texas Rangers”, que eran sobras de libros impresos en España, lo que explicaba su bajo precio. Por ello, se buscó ampliar el catálogo de lo barato y se editaron libros cortos de ficción con una portada muy reconocible: una ilustración en círculo con un fondo de color. Costaban menos que una cajetilla de cigarrillos Hilton. Dentro de estas ediciones, que eran títulos de calidad, estuvo “El chiflón del diablo de” de Baldomero Lillo, “Sherlock Holmes” y textos de Fedor Dostoievski, Horacio Quiroga, Armando Cassigoli y Edgard Allan Poe.

Quimantú por dentro

Un gran porcentaje de los trabajadores de Zig Zag se quedó en la nueva casa editora. Sin embargo, el modelo laboral cambió. Antes existía un casino “vip” que se eliminó y se crearon los “gerentes obreros”, un cierto porcentaje de los gerentes de la editorial eran a la vez obreros en el taller de la imprenta. Además, existían representantes de los trabajadores en el comité de gerencia.

Cuando habían fallas mecánicas en el taller, los propios trabajadores buscaban formas alternativas de solucionarlos, especialmente cuando no llegaban los repuestos necesarios a Chile, describe María Isabel Molina en el conversatorio 50 años de Quimantú.

Sergio Maurin, gerente general de la editorial, señala en el libro Quimantú: prácticas, política y memoria, de María Isabel Molina, Marisol Facuse e Isabel Yañez, que para organizar la nueva editorial se transformó a las secciones de las empresas en comités de producción participativos. Así destituyeron, sin despedir, a los jefes de sección. Cada comité eligió a sus nuevos jefes.

Pablo Dittborn
Pablo Dittborn

Pablo Dittborn, con 24 años entonces, era jefe del departamento comercial y secretario del sindicato de la editorial. Hoy destaca la mística y el entusiasmo que se vivía dentro de la editorial: “Había una gran comunicación a todos los niveles. Gran compañerismo y mucha cercanía entre todas las secciones. La gerencia general, que ejercía Sergio Maurin, estaba muy abierta a recibir todo tipo de sugerencias y proyectos que mejoraran la calidad del trabajo editorial. Un solo comedor para los 1.200 trabajadores permitía un diálogo muy estrecho. Creo que todos se sentían muy a gusto ahí. Esto lo pude corroborar el último año cuando fui elegido como secretario del sindicato único de trabajadores”.

María Isabel Molina, autora de Quimantú: prácticas, política y memoria, asegura que, si bien era una sociedad estatal, la estructura de la empresa era más compleja de lo que parecía. “A pesar de ser una editorial del Estado, tenía que autosustentarse”, escribe. Si bien hay testimonios contradictorios, el entonces gerente general de Quimantú, Sergio Maurin, afirma en el libro: “Ya para funcionar nos estábamos endeudando. Los gastos eran mayores que los ingresos, por lo tanto, desde el primer día empezamos a contraer deudas. Teníamos que funcionar con empréstitos, con los intereses que eran elevadísimos en ese entonces, por lo tanto, necesitábamos generar ingresos, terminar con las pérdidas, esa era la tarea urgente”.

El golpe y el fin de la editorial

El 11 de septiembre de 1973 el edificio de la empresa, situado al lado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, sufrió un atentado con cinco bombas incendiarias dirigidas desde la Plaza Italia.

Dittborn, como secretario del sindicato, fue obligado a tomar resguardo el día del golpe: “Me afeité (usaba barba) y me corté el pelo como pude (con tijera de oficina). Tenía que cambiar de aspecto porque la empresa fue rodeada por tanques y jeeps del Ejército. Había algunos dirigentes en casas de seguridad asignadas. Nosotros salimos del edificio de Quimantú luego del bombardeo a la Moneda y caminamos hasta la zona de Macul con Grecia para escondernos. Teníamos poco tiempo por el toque de queda recién impuesto y mucho susto por lo que se veía en las calles. Todos caminaban apurados y temerosos. Eso duró un par de días y, una vez levantado el toque de queda absoluto, pudimos entender un poco el drama en que había terminado todo”.

Lamentablemente, durante la dictadura militar, muchísimos ejemplares fueron destruidos, quemados y prohibidos. Tener hoy en día algún ejemplar de Quimantú no es común.

Legado

La editorial logró que un gran grupo de chilenos y chilenas incluyeran la lectura como parte de sus vidas, personas que antes no tenían acceso a libros, ahora lo tenían por sus bajos precios. Se le dio acceso a la lectura hasta al campesinado regional vía las oficinas de bienestar social.  Si bien no hay cifras que nos permitan graficar la importancia de la editorial en el ámbito de la lectura, Dittborn recuerda cómo se veía durante esos años a la gente leyendo libros de la editorial en las micros y en la calle, cosa que antes no ocurría.

Por su parte María Isabel Molina, destaca el legado editorial de Quimantú con sus ilustraciones, diseño gráfico, portadas y visualidad que se ha revalorizado con el tiempo. Además, rescata el sentir de muchos chilenos que recuerdan con mucho cariño cuando en su niñez iban en familia a comprar ediciones a los quioscos. Muchos aprendieron a leer con “Minilibros Quimantú” y desarrollaron el hábito de la lectura.

“Si soy coherente, es imposible que en esta sociedad capitalista, economicista, individualista, Quimantú vuelva a ser. Quimantú es un gran episodio de nuestra historia, del cual deberíamos sentirnos orgullosos. Hicimos una gran labor, pero creímos que podíamos ganar con las letras y perdimos contra las armas. Es mejor mantenerla como una de las grandes obras del presidente Allende”, dice el creador de la colección infantil de la editorial, Arturo Navarro, en la tesis Quimantú. el legado perdido.