Entrevistas

Óscar Martínez, editor de El Faro: “El periodismo no se debe a sus lectores, se debe a sus principios”

El director de redacción de El Faro participó en el ciclo de la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño y allí tocó temas como la actual situación en El Salvador con Bukele en el poder y lo que es cubrir la violencia.

Óscar Martínez, periodista y actual director de redacción de El Faro, ha sido múltiples veces galardonado por su rol como cronista tras cubrir el paso de migrantes indocumentados e historias de violencia en Centroamérica, que plasmó en algunos de sus libros: Los migrantes que no importan, Crónicas negras, desde una región que no cuenta, , Una historia de violencia, El niño de Hollywood en coautoría con su hermano Juan José y, el más reciente, Los muertos y el periodista.

Entre los premios que ha recibido se encuentran, el Premio Internacional de la Libertad de Prensa en 2016, el María Moors Cabot otorgado por la Universidad de Columbia también en 2016 y el más reciente, que se otorgó hace pocas semanas, el Premio Libertad de Expresión de Deutsche Welle.

Martínez participó de la reciente Cátedra Abierta Roberto Bolaño a cargo de la Facultad de Comunicación y Letras de la UDP.  Fue entrevistado por la periodista Patricia Poblete, académica e investigadora en la Universidad Finis Terrae, sobre la situación que vive el periodismo en Centroamérica, con la violencia que ha inundado a la región en los últimos años.

Hace un par de años la administración de la violencia en El Salvador estaba preferentemente en manos de las pandillas. Hoy día, sobre todo después del Estado de excepción en el que están ustedes desde el año pasado, esto ha vuelto a las manos del Estado. ¿Cómo cambió esto el ejercicio del periodismo?

-El Salvador vive unos tiempos bien raros ahora mismo. Nosotros habíamos sido, como ya saben, uno de los países más violentos de América Latina. Llevábamos años con índices de homicidios de 103 por cada 100 mil habitantes. Y en marzo del año 2022 las cosas cambiaron drásticamente con el presidente Nayib Bukele, que nos ha vuelto a poner en el mapa y no por las razones más alegres.

Bukele había pactado con grupos criminales, pero el pacto se acabó tras un fin de semana sangriento de 87 homicidios en 3 días. El sábado 26 de marzo del año pasado ha sido el día con más homicidios de la historia del Salvador en toda la posguerra desde 1992. Y luego empezó un régimen de excepción que no termina nunca. Se nos quita derechos ante un policía o un militar que permite que nos capturen por cualquier razón o porque les parecemos sospechosos. Que nos lleve a una prisión durante 15 días sin derecho a ver un juez y podemos estar presos 20 años sin una condena. Si nos acusan de tener vínculos con pandillas pueden intervenir nuestras comunicaciones sin permiso de un juez. Es decir, los policías y los militares son los jueces de la calle. En términos formales, eso ha llevado a que 67 mil salvadoreños hayan sido encarcelados en un año. Las torturas en las cárceles son sistemáticas. No lo decimos los periodistas, lo dicen los informes de Human Rights Watch y de Amnistía Internacional.

El gobierno salvadoreño está obsesionado porque nosotros sepamos poco y ellos controlen toda la información. El Salvador vivió una de las intervenciones más agresivas de Pegasus (un software de espionaje). En El Faro 22 personas fueron intervenidas durante 17 meses.

Lo que ha cambiado todo, es la persecución a las fuentes, porque con la excusa del régimen de excepción, pueden encarcelar a quien se les dé la gana. Entonces, la protección de las fuentes ha sido algo que ha cambiado radicalmente para contar una historia. Hemos tenido que salir del país a reunirnos con fuentes, lo que antes te costaba un café que te tomabas con una persona que te contaba algo, hoy nos cuesta como mínimo alquilar un Airbnb para reunirnos con alguien.

-Están viviendo un proceso de cambios en El Faro, la redacción está en El Salvador y la parte administrativa en Costa Rica. ¿Cómo es trabajar en esas condiciones?

El Faro estaría cerrado si nosotros no hubiéramos aprendido allá por el 2013 una lección. Tuvimos que contratar personas en la administración y  rodearnos de abogados que quisieran defendernos. Si sólo hubiera crecido la plantilla periodística, yo creo que estaríamos encarcelados todos nosotros.

Las auditorías maliciosas han sido defendidas por un equipo administrativo sólido. Un 40% de nuestro tiempo lo pasamos en reuniones administrativas tratando de salvarnos el pellejo del último invento para destruirnos que se le haya ocurrido al presidente. Hay algo de satisfacción con cada semana que logramos publicar una investigación y no nos logran cerrar, es un triunfo.

El desafío es para usted narrar más allá del cliché de buenos contra malos. ¿Cómo se narra la complejidad de un país como el suyo, donde tienen este gobierno autoritario, que goza de muchísima popularidad porque, efectivamente, ha logrado reducir los índices de violencia?

-Uno de los grandes retos que hemos tenido es intentar seguir aspirando a la imparcialidad en algunas cosas, incluso cuando sos acosado brutalmente por un régimen, cuando sos espiado durante 17 meses, y cuando sos insultado a diario. Cuando desde las cuentas oficiales de RRSS de diputados, se te acusa de ser líderes de pandillas o cuando un presidente, que directamente te llama pandillero; es bien difícil.

Yo creo que algunos colegas están menos preparados para entender que esto no es un concurso de popularidad, que el periodismo no consiste en caerle bien a la gente. Cada vez más el periodismo consiste en decirle a un montón de gente lo que no quiere saber. Antes ya habíamos estado en la posición de no ser aplaudidos en las calles y escribir para una sociedad que en gran medida nos detesta.

Quizá es difícil de desmenuzar, pero todo periodista, sobre todo en Latinoamérica, debería entender que el periodismo no se debe a sus lectores, se debe a sus principios. El Salvador es una sociedad machista, misógina, los materiales más leídos en los periódicos populares, que más bien son periódicos vulgares, son “la muchacha del día”, así se llama la sección más vista en internet del diario popular. ¿Eso quiere decir que, para satisfacer a mi lector, voy a poner a una mujer en bikini en el periódico? No, porque el periodismo no se debe a sus lectores, se debe a sus principios y los principios del periodismo son principios democráticos, principios de revelación de la información como base de una decisión informada.

-¿Cómo se enseña a reportear violencia?

El despertar de la crónica de largo aliento fue que entre 1999 y 2005 tomaron mucho brillo cuando el tema del narcotráfico en México estaba en boga. Fue un ejemplo para quienes querían ejercer el oficio y cubrir temas de violencia. Empezó una bola de periodistas que querían cubrir el acto, la violencia como un performance. Todos empezaban describiendo los tatuajes en la cara de un pandillero sin tener idea de qué significaban. México se llenó de periodistas que querían cubrir el narco entendido como aquello que ellos tenían en su cabeza, un concepto telenovelesco de un señor gordo que recorre las calles de tierra repartiendo drogas de arriba para abajo.

Uno de los principios de cubrir violencia es tener una premisa ambiciosa.

En Latinoamérica, si no entendemos la violencia, no entendemos Latinoamérica. Si algo tenemos que explicarnos a profundidad es por qué seguimos siendo sociedades tan violentas.

¿Estar constantemente en contacto con realidades que son terribles, muy violentas, deja huellas?

-Yo no les estoy vendiendo ningún modelo, ni le pido a nadie que replique lo que yo hago. Yo opto por dos cosas para mantenerme caminando con un pie delante del otro: rodearme de gente que me entiende. Siempre he caminado con un grupo de gente que hace cosas parecidas a las que yo hago y entienden no sólo mis códigos, sino hasta el humor de un sarcasmo.

Revive aquí la Cátedra Abierta completa de Óscar Martínez:

https://www.youtube.com/watch?v=E_PCbysNKHc