Entrevistas

Luis Poirot: memorias de un testigo

Desde la tranquilidad de su departamento en Providencia, el fotógrafo Luis Poirot habla sobre cómo vivió “el 11”, reflexiona acerca del próximo aniversario del golpe, del cual se conmemoran 50 años, y sobre su rol como testigo de lo sucedido en Chile. “Lo mío es la memoria, es el blanco y negro, yo tengo una responsabilidad de ser la memoria de Chile”, dice.

Se cortó la barba, el bigote y, con El Mercurio bajo el brazo y su hijo de la mano, Luis Poirot (82) partió rumbo a La Moneda a fotografiar el bombardeo que había tenido lugar días antes y con el que se inició la dictadura.

“Como pude, saqué la cámara de entremedio del diario y saqué unas pocas fotos, no muchas porque cualquier persona te delataba”.

A pesar de la conmoción, el objetivo del fotógrafo era capturar el balcón de La Moneda en ruinas, el mismo en el que casi tres años antes había retratado a Allende junto a su señora Hortensia Bussi, tras ganar las elecciones.

Poirot había acompañado a Allende durante su cuarta campaña presidencial (1970) y en su gobierno. Incluso fotografió momentos icónicos como la visita de Fidel Castro a Chile.

—Me pidió que hiciera la gira por Chile con Fidel Castro, aunque yo no pertenecía al gobierno en esa época. Era un fotógrafo independiente que me ganaba la vida haciendo fotos para la revista Paula y haciendo clases en la Universidad Católica. Allende me lo pidió, pero nunca me pedían que mostrara las fotos…

¿Entonces para qué usted tomaba las fotos?

— Yo creo que Allende quería un testigo imparcial, de afuera, a mi me quería como un testigo (no del gobierno), sino como una memoria exterior.

¿Qué pasó con esas fotos después?

—Algunas se perdieron después del golpe, pero otras las salvé. De hecho, cuando fue el fallido golpe el 29 de junio de 1973 yo fui el único fotógrafo que estaba adentro (de La Moneda), no había nadie más. Y llegó un momento en que Allende salió a caminar por los pasillos y me miró y me dijo: “¿Y usted qué está haciendo aquí?” y yo le contesté: “Hay que dejar testimonio de esto, esto es un momento histórico”. “No” me dijo, “usted tiene responsabilidades con su mujer y su hijo, váyase para su casa”. Pero no me fui, me quedé hasta el final. El 11 de septiembre traté de hacer lo mismo y no pude llegar porque Santiago estaba dividido en sectores. Quería estar adentro, aunque esta historia no la estaría contando ahora si hubiera estado ahí”.

El año 2017, Luis Poirot publicó La sopa derramada, de LOM Ediciones, una recopilación de fotografías de diversos países entre las cuales hay fotos inéditas tomadas entre 1964 y 1973 en Chile.

Cámara en vez de ametralladora

El día del golpe, el fotógrafo salió de su casa para dirigirse a La Moneda con el fin de retratar el momento histórico que estaba viviendo Chile. Un amigo, hijo de un general, que había sido avisado de los planes del Ejército, detuvo a Poirot mientras este caminaba por la calle.

—(…) Me paró y me dijo: “No, no vas a poder llegar a La Moneda, es imposible. Me dijo el general Brady que esta vez va muy en serio. Y le contesté: “¿qué hacemos?”. Estábamos cerca de Chile Films y nos fuimos para allá. Todavía no habían llegado los militares. Ese amigo tenía una camioneta y la llenamos con latas de películas y las escondimos en un departamento. Después las repartimos entre los corresponsales de televisión internacionales que estaban en Chile”.

Tras ir a las poblaciones a hablar con dirigentes sindicales para saber qué estaba sucediendo y si había instrucciones, el fotógrafo, sin tener respuestas concretas, se reunió con su familia y amigos en una casa en Las Condes.

—Nos quedamos ahí esperando a ver qué pasaba. Vino el toque de queda, ingenuamente hicimos guardia esa noche en la puerta con una pistola que tenía alguien. A las tres de la mañana, mientras escuchaba una radio de Mendoza, me enteré que había muerto Allende. Era tal la falta de comunicación que no sabías nada.

Y ¿cuál fue su reacción al enterarse de la muerte de Allende?

—Entramos a la casa y nos preguntamos: “¿Qué va a pasar ahora?”. Como trabajamos en asuntos de comunicaciones del Partido Socialista, pensamos que seguramente lo que venía ahora sería la clandestinidad. O sea, iban a empezar a buscar, a perseguir a la gente, pero no había ninguna comunicación con la directiva del PS, con nadie que te diera una instrucción.

 —¿Imaginó que usted y sus cercanos corrían peligro tras el golpe?

— No pensé que el Ejército nos iba a dividir, a pesar de que yo había estado más de tres años en la Escuela Militar y sabía cómo pensaban, nunca imaginé la crueldad con la que fue el golpe. El bombardeo a La Moneda no tiene justificación porque ellos tenían tanques y tenían tropas, era una guerra que se terminaba en media hora. Eso fue un acto de terrorismo como los que hicieron después para asustar a la población, para decir nosotros vamos a golpear y vamos a golpear muy duro. Entonces yo dije: “Tengo que hacer lo que pueda para combatir eso, yo no voy a tomar una ametralladora, no voy a tomar una pistola, pero yo voy a combatir esto con lo que sé hacer, que es con la fotografía”.

Humano antes que fotógrafo

¿Cómo se plantea el fotógrafo ante el peligro? Porque hay quienes señalan que el fotógrafo no debe involucrarse…

—Después del golpe había que tener credencial de la junta de gobierno para fotografiar. Yo tenía un amigo que era el jefe del equipo de televisión española, había trabajado con él y me dijo: “Mira yo te puedo conseguir credencial y tú formas parte de mi equipo como fotógrafo y vamos a ir al Estadio Nacional a fotografiar a los presos” y yo le dije: “Yo no puedo, porque yo soy parte de esos presos. No puedo pretender que eso no me incumbe”. Entonces hay un momento que tienes que tomar la decisión, o formas parte o te quedas fuera. Yo dije: “No, yo soy parte de los prisioneros y por casualidad no estoy ahí, pero yo debería estar ahí también, son mis amigos no?”. (…) Creo que el fotógrafo cuando fotografía tiene que estar fuera y tener una mirada. Si uno está comprometido emocionalmente, no puede. Hay que dejar la cámara y participar. Es más importante ser humano antes que  fotógrafo.

Días después del golpe, Luis Poirot recibió un aviso. Su vecina se acercó en nombre de su marido, un coronel de la FACH, para decirle que destruyera sus negativos porque los iban a ir a buscar.

—Yo los fui sacando de a poco, repartiéndolos entre amigos, en paquetitos.

¿Tenía miedo de que fueran a buscar esos negativos?

 —Sí, entraron en varias ocasiones. Un año y medio después, yo ya estaba en Francia: Mi hermano menor que estaba en Chile empezó a pesquisar y a recoger estos paquetitos. Se reunía en un café con una secretaria de la embajada de Francia que, con el permiso del embajador, tomaba los negativos y salían por valija diplomática y llegaban a París. Así empecé a reconstruir el archivo. Si no hubiese sido por la embajada de Francia, se habría perdido todo. No tendríamos ni las fotos de la UP ni tampoco la memoria cultural de antes del golpe. No existirían los retratos de Víctor Jara, de Neruda, de Allende… Ese archivo empecé a reconstruirlo. Había fotos que yo sabía que tenía pero que nunca había imprimido. Por ejemplo, la fotografía de La Moneda incendiada, Para mí, enfrentarme al negativo y hacer la ampliación, fue un proceso emocional muy desgastador, muy fuerte.

¿Y cómo fue finalmente enfrentarse a los negativos?

—Ampliar esas fotos fue duro, había muchos amigos muertos ahí (…). En ese momento entendí que Allende me había dado esa misión de ser un testigo y me dije: ese es mi trabajo en fotografía. Aparte de lo que hago para ganarme la vida haciendo fotos de prensa, de publicidad o de arquitectura; mi trabajo es ser testigo, es dar testimonio, y que esto no se olvide.

El mismo año del golpe, Poirot se autoexilió en Francia donde residió hasta 1975. Después se mudó a Barcelona donde comenzó a elaborar su proyecto sobre la memoria de Pablo Neruda, el que en 1986 se convertiría en su libro: Neruda, retratar la ausencia.

—Yo conocí a Neruda y lo fotografié. Tenía el deber de transmitir esto a la juventud, y empecé a trabajar. Me dieron el pasaporte español y el año ‘82 entré a Chile.

¿Y cómo fue volver a Chile?

—Fue romper con el mito que tenemos los exiliados que piensas que vas a volver a Chile y va a estar lleno de amigos y banderas y que te van a decir “bienvenido”. No había nadie porque nadie sabía que yo volvía, fue un regreso anónimo. Fui a la casa de Matilde (de Neruda) a decirle que quería fotografiar la casa de Isla Negra. Ahí también empecé a trabajar con la memoria de Neruda, con la memoria de los amigos, a ver lo que estaba pasando en Chile. Cada cierto tiempo volvía a Barcelona, revelaba, ampliaba, y daba a conocer (…). Cada vez más ya se me olvidaba el sueño absurdo de ser un fotógrafo del National Geographic y de sacar fotos en color. Lo mío es la memoria, es el blanco y negro, yo tengo una responsabilidad de ser la memoria de Chile. Primero era la memoria política, después cuando volví yo me di cuenta que se estaba borrando la cultura y me dije: “Voy a trabajar en la memoria de la cultura, en lo que desaparece, en lo que borran”. Todos los libros que he hecho, tienen que ver con la memoria.

Hoy

Sentado en su escritorio mirando hacia afuera, pareciera que Luis Poirot es también de blanco y negro. Su barba blanca contrasta con el marco de sus anteojos y la oscuridad de su oficina llena de libros, fotografías y cámaras. Mientras responde la última pregunta juega con el lente de una cámara análoga:

El presidente Boric ha mencionado en diversas ocasiones que desea que esta conmemoración de los 50 años del golpe sea una instancia de diálogo, y en una columna publicada por el diario El País mencionó que uno de los conceptos que marcará esta fecha es “futuro” pero siempre aprendiendo del pasado, ¿qué opina usted sobre esta actitud?

—Yo creo que todavía no hemos vivido el luto, primero hay que vivir el luto para pensar en una reconciliación y en un futuro. En Chile todavía no se ha contado la verdad, todavía la verdad está oculta, disimulada. No sabemos de los asesinos de Víctor Jara, todavía el Ejército oculta, todavía hay tanta gente que tiene familiares desaparecidos y que no se sabe nada. Primero hay que saber la verdad, hay que enfrentarse con ella, después podemos hablar de reconciliación y de futuro. Si no eso tiene pies de barro.