Entrevistas

Mónica González: “Los periodistas de investigación no somos los más valientes y sesudos, somos los que más trabajamos”

Reportera de medios de prensa opositores a la dictadura, fundadora de Ciper, autora del libro La Conjura: los mil y un días del Golpe, ganadora del Premio Nacional de Periodismo 2019, Mónica González ha interpelado el poder en Chile a lo largo de su trayectoria profesional. En esta entrevista afirma que el periodismo es hoy el oficio más importante, que puede salvar vidas y que se hace en equipo.

Formada bajo el alero del legendario reportero Mario Planet en la Universidad de Chile, Mónica González empezó su trayectoria profesional trabajando en El Siglo. Tras el golpe de Estado de 1973, se mantuvo durante 11 años realizando trabajos ajenos al periodismo, pero volvió al oficio majestuosamente con un reportaje que revelaba detalles sobre la mansión que Pinochet se estaba construyendo en Lo Curro, que fue portada de revista Cauce.

Portada revista Cauce, 17 de enero 1984.

En 1984, la periodista publicó una serie de golpes noticiosos sobre corrupción, que socavaron la imagen de la dictadura y la consagraron a ella como periodista de investigación.

Posteriormente trabajó en revista Análisis y fue corresponsal de diversos medios de prensa internacionales, como el diario argentino Clarín.

A partir de la vuelta a la democracia fue subdirectora de La Nación, editora de Cosas, directora de la revista Siete + 7 y Diario Siete, y se hizo conocida para las nuevas generaciones por ser fundadora de Ciper.

A sus 72 años sigue vigente. Escribe reportajes para el diario El País de España, es maestra del Consultorio Ético de la Fundación Gabo y conduce el programa televisivo Poder y Verdad de La Red.

Mapas en la pared

-Su primer trabajo fue en El Siglo a los 18 años. ¿Cómo equilibraba su militancia política comunista con su trabajo?

-En ese tiempo no tenía conciencia de que había una línea divisoria. La tomé después del golpe, asumí las consecuencias y tomé las decisiones que correspondían.

Mónica González cuenta que a los 24 años ya estaba casada, tenía dos hijas y militaba en el Partido Comunista. Sin embargo, la Unidad Popular duró poco y el martes 11 de septiembre de 1973 la vida de la periodista “se partió en dos”. Colegas, amigos, y compañeros de partido fueron perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados y desparecidos.

-Después del golpe de Estado estuvo 11 años sin trabajar como periodista, viviendo entre París y Santiago.

-Sí, pero yo seguía siempre haciendo cosas relacionadas con el periodismo: juntaba testimonios, materiales, hacía archivos. Estuve cuatro años y medio en París y luego en Chile.

– ¿Por qué?

-Pensaba que no tenía la capacidad ni dedos para el piano. Además, estaba muy abrumada por lo que sucedía en Chile y lo único que me importaba era terminar con las muertes que había a mi alrededor. En ese momento no me daba cuenta de que el periodismo era la mejor herramienta para terminar con la dictadura. Y fue un gran periodista, Edwin Harrington, el que me insistió a regresar al periodismo, y volví con en enero de 1984, cuando publiqué el reportaje de la gran casa que se estaba construyendo Pinochet en Lo Curro, pese a que desde el régimen decían que la obra estaba detenida por la crisis económica. Y desde ahí, no he parado más.

– ¿Cómo accedió al predio?

-En ese tiempo ese lugar era un peladero y yo no tenía auto. Me fui en micro, caminé y cuando llegué, me bastó sentarme en la cuneta para darme cuenta de que la casa no solo se estaba construyendo, sino que la construcción se había acelerado. Se veían entrar y salir los camiones. Esa misma tarde, decidí seguir a los obreros que salían a tomar la micro para llegar a sus casas. Y, poco a poco, algunos que me fueron describiendo la casa.

– ¿Le tomó mucho tiempo el reporteo? 

-Trabajé todos los días hasta muy tarde en la noche. La publicación hizo añicos la versión edulcorada que pregonaba el régimen militar y desmentía la suspensión de las obras producto de la crisis económica. Mientras la población chilena protestaba en las calles por el hambre, Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart, construían una mansión en el barrio alto de la capital.

– ¿Por qué se le ocurrió investigar la dictadura desde el lado de la corrupción?

-Aprendí que las dictaduras se alimentan de dinero sucio. Y que los dictadores una vez que acumulan poder, necesitan juntar dinero y ponerlo a salvo. Eché un vistazo y me di cuenta de que la corrupción en Chile era terrible. Había gente, dentro del régimen, que estaba muy molesta con las facilidades de las que gozaba Julio Ponce Lerou, que era el yerno de Pinochet. Y alguien como Ricardo Claro —que era el gran favorito de los empresarios del régimen— me entregó información muy valiosa que comprobaba la corrupción de Ponce.

-En Cauce publicó un reportaje sobre Ponce Lerou ese mismo año…

-Él acumulaba como 17 puestos públicos y ya tenía en la mira apropiarse de Soquimich, empresa estatal de la cual era ejecutivo. Entonces ahí me especialicé en buscar las redes de poder y hacer mapas en la pared. Y fui adquiriendo una expertise.

Portada revista Cauce 31 de enero 1984.

Pasarela del poder

Mónica González habla de una época cuando se tipeaba en máquinas de escribir y no existía Internet. Dice que, en ese tiempo, para encontrar una escritura había que “aplanar las calles”. Era necesario recorrer notarías, localizar empresas que colocaban sus escrituras, y pesquisar información en los archivos judiciales. Siguiendo la pista del dinero sucio, sus reportajes tuvieron un impacto político en los años 80: fueron censurados y le costaron procesos judiciales, amenazas, encarcelamientos e intentos de asesinato en su contra.

Hasta, después de leer la prensa, selecciona y recorta las publicaciones más importantes del día.

– ¿Qué fuentes utiliza para encontrar historias para sus reportajes?

-Durante la dictadura y gran parte de la transición, lo primero que hacía al abrir el diario era leer la vida social de El Mercurio y las revistas couché como Cosas, donde trabajé. Ahí encontré traficantes de armas que proveían a Pinochet y el quién es quién. Era una gran galería de las trenzas del poder. Ahí vi cómo los militares —que antes del 73 eran despreciados por la elite— pasaron de vivir en casas de clase media a aparecer en los directorios del Club de Polo, del Club de Golf y del Club de La Unión. Esa fue la manera que utilizó la dictadura para cooptar a estos generales nacionalistas y que no querían el modelo neoliberal. La plata y la adulación les hicieron creer que tenían el poder. Y el único que lo tenía era Pinochet y su séquito.

Tras el triunfo del No, vino la transición política. Esa época, cuenta, estuvo marcada por los secretos y las amenazas de una dictadura que aún seguía presente en el Congreso, en el Poder Judicial y, sobre todo, en las Fuerzas Armadas, ya que Pinochet continuaba al frente del Ejército.

-En democracia se cerraron Apsi y La Época, dos medios importantes del periodismo hecho en dictadura ¿Fue la transición una época ingrata para los medios que se opusieron a la dictadura?

-Ahí hay mucho mito. El desorden financiero fue fatal. Es una brutalidad. La Época tuvo 11 gerentes en 11 años de vida.

El Centro de Investigación Periodística, Ciper, es hasta hoy uno de los medios más innovadores y relevantes creados en democracia. González estuvo en su origen (2007) como fundadora y fue su directora hasta 2019. Esa plataforma aglutinó a un equipo de periodistas que publicaron reportajes de investigación que han marcado época.

-He tenido mucha suerte. Ciper nació cuando se acabó el Diario Siete que financiaba el grupo Saieh. Álvaro Saieh me preguntó qué me gustaría hacer. Y yo le dije que hacer investigación porque lo que se venía en el futuro era corrupción y teníamos que estar preparados.

Saieh creyó en la apuesta y Mónica González comenzó a comandar un grupo periodistas que hizo historia.

-Yo nunca voy a dejar de agradecerle a Álvaro Saieh que confiara en nosotros. Durante 11 años jamás se metió en la línea editorial de ningún reportaje. El único compromiso era el rigor. No acusar a nadie injustamente. Y tener pruebas de todo lo que se publicaba. Cuando publicamos las escrituras que daban cuenta de las irregularidades dentro de un grupo que estaba encabezado por un compadre suyo, yo no recibí ni un llamado de él (…). Hubo un compromiso ético muy fuerte en ese equipo de Ciper que me emociona. La convicción que ha mostrado a lo largo de los años ha sido un aporte (…). Hace 14 años que soy maestra de periodistas de investigación de la Fundación García Márquez. Conozco cómo se vive el periodismo de investigación en el continente. Se supone que somos los más valientes, los más sesudos. Mentira: somos los que más trabajamos.

Esclavos del ego

Trabajólica y vigente, afirma que el periodismo “es el oficio más importante del mundo” y que “el buen periodismo es el cordón umbilical que une a los seres humanos con información que puede salvar vidas”.

Pero considera que las redes sociales muchas veces convierten a los periodistas en esclavos del ego. “Yo no tengo redes sociales. No me interesa. Perdería mucho tiempo”.

– ¿No le interesa para informarse o promocionar los trabajos que hace?

-Ni para promocionar un trabajo ni para saber lo que hablan de mí. ¡Jamás! Porque eso es entrar en el espiral del ego. Y lo detesto porque es una droga tóxica. Soy de una escuela en que los periodistas no éramos protagonistas. Éramos anónimos. Soy de la escuela de Mario Planet.

-Fue la primera mujer en trabajar en Tolerancia Cero y desde 2020 tiene un programa televisivo en La Red. ¿Le acomoda el formato?

-No. Eso se lo debo al equipo de La Red. Ellos son los que confían en mí. Los que inventan programas para mí. Si ellos creen que lo hago bien, lo hago. Pero siempre es un horror porque siento que estoy al debe.

– ¿Le incomodan los tiempos?

-Me incomoda la exposición.

– ¿No le gusta aparecer en pantalla?

-Es que yo siempre he estado detrás y eso me pone nerviosa.

Participó de los debates presidenciales con preguntas largas y pausadas.

-Ay, terrible, terrible. Eso sí que lo hice pésimo. Lo hice muy mal. Se me enredó todo.

– ¿No hay tiempo para hacer preguntas articuladas en televisión?

-No hay tiempo. Cuando tú tienes mucha información, ¿cómo lo haces? Terminé siempre haciéndolo pésimo. Hay personas que lo hacen muy bien. Yo no pude.

El valor del archivo

“Estamos construyendo algo desde cero y todas las piezas importan”. La frase es del investigador Lester Freamon, personaje de la serie The Wire, sirve para entender el trabajo que desarrolla Mónica González para armar sus reportajes a partir de fragmentos de revistas, páginas sociales, recortes de diario y fotos. Un archivo que cultiva con esmero y que considera su testamento periodístico.

– ¿Qué valor le asigna al archivo de prensa?

-Tengo un gran archivo digital y mis minutas son un tesoro que estoy pensando a quién se lo voy a heredar. Tengo toda la historia sobre los casos de corrupción del grupo Penta. De cómo Délano está vendiendo Dominga a una empresa extranjera. Mis redes las voy armando en lo digital y, cuando necesito, hago dibujos en papel.

– ¿Y guarda un archivo físico de carpetas con casos que investigó en el pasado?

-Sí, inmenso. Ocupa más de una pieza. Ahí está toda la investigación de la privatización de las empresas públicas. Se ve cómo todos estos prohombres se fueron enriqueciendo y contándonos la “chiva” que era un proceso de capitalización popular. Y el chorreo no vino nunca. Lo único que chorreó en Chile y que provocó el estallido, fue la desigualdad. A medida que fue avanzando la democracia, se estableció una fractura entre una elite que defendía con dientes y muelas sus privilegios, y una gran mayoría de chilenos que mastica ira, frustración y desolación.

-Ganó el Premio Nacional de Periodismo en 2019. ¿En qué o en quién pensó cuando lo recibió?

-En mis hijas, pero en varias personas más.

– ¿En los equipos periodísticos con los que trabajó?

-Yo siempre he trabajado en equipo. Me acordé del equipo de Cauce, y del equipo de El Siglo, porque de allí muchos murieron y nunca los olvido. Uno tiene que ser muy agradecida. Cuando tuve hambre o necesidad de cariño, me sostuvieron. En el equipo del Diario Siete, la revista Siete+7 y Ciper, hubo una continuidad que ha sido maravillosa. Es gente que hasta hoy se mantiene muy unida por la convicción de que el buen periodismo se hace con ética y en equipo. Y me gusta cuando nos reunimos. Es como una familia periodística que no se apituta, que no se acomoda, que se respeta.