Historia

El periodista que ilustraba fusilamientos

El viñamarino Carlos Cisternas Tapia es uno de los pocos testigos de los dos últimos fusilamientos que se cumplieron por ley en el país. Como reportero de la agencia AP, su trabajo no solo fue escribir la crónica, sino que hacer el dibujo de los condenados al momento de la ejecución, una tarea inédita para el periodismo chileno. Aquí relata esa experiencia que marcó su carrera.

Para reproducir el fusilamiento de Calama, Cisternas tuvo que confiar en su memoria, porque no se podía entrar con grabadoras ni lápices ni libretas. Este dibujo lo hizo con lápiz grafito sobre una cartulina. Lo inusual de la escena, dice, fue la ubicación de los condenados, una decisión que tomó Gendarmería a última hora.
Para reproducir el fusilamiento de Calama, Cisternas tuvo que confiar en su memoria, porque no se podía entrar con grabadoras ni lápices ni libretas. Este dibujo lo hizo con lápiz grafito sobre una cartulina. Lo inusual de la escena, dice, fue la ubicación de los condenados, una decisión que tomó Gendarmería a última hora.

 

Lo que más recuerda Carlos Cisternas Tapia es que ese día, al entrar al patio del fusilamiento en la cárcel de Calama, no estaba nervioso. No pensaba en nada en particular ni se sentía angustiado. Tampoco tenía dudas de que se iba a hacer lo correcto. Aún hoy, mientras cuenta esta historia, se sorprende de la frialdad que tuvo ante la muerte.

Después de todo, la preocupación de Cisternas ese 22 de octubre de 1982 era otra. Contratado por la agencia AP, era uno de los 20 periodistas que iban a ser testigos del fusilamiento de los agentes de la CNI Gabriel Hernández y Eduardo Villanueva, sentenciados por el asesinato de dos funcionarios bancarios de Chuquicamata. Pero, además, tenía una tarea inédita para el periodismo chileno: aparte de escribir la crónica de la que sería la penúltima pena de muerte en la historia del país, también debía dibujar el momento.

–No podían entrar fotógrafos, así que le propuse a mi jefe que yo podía hacer una ilustración –dice–. Nadie había realizado algo similar antes. Mi única referencia eran los dibujos que se hacían de los juicios en Estados Unidos.

Sin embargo, con lo que no contaba el periodista era con un sorpresivo cambio que hizo Gendarmería minutos antes de ejecutar la sentencia, lo que complicó su trabajo.

–Fue tan extraño y rebuscado todo, que pensé: ¿cómo voy a dibujar esto?

***

Treinta y seis años después de ese fusilamiento, Carlos Cisternas es un periodista jubilado que vive en Viña del Mar y que, de cuando en cuando, asiste a escuelas de Periodismo, invitado para relatar su experiencia como reportero y dibujante en las dos últimas penas de muerte que se cumplieron en Chile: la de Calama y la de los psicópatas de Viña.

Tal vez por eso a Cisternas, 75 años, separado, dos hijos, no le cuesta trabajo recordar ambos episodios, casi con lujo de detalles, como si los hubiera vivido hace apenas unos días. Lo único que lamenta, dice, es no haber guardado los recortes de diarios del mundo en donde salieron sus ilustraciones. Solo conserva una foto del diario O’Globo, de Brasil, que publicó su trabajo a dos columnas, junto a una crónica titulada “Fuzilados ex-agentes da polícia política chilena”.

–Desde otros países me contaban que había salido en El Comercio, de Lima; en El Universal, de Caracas; incluso en un diario alemán. En el extranjero había mucho interés por la noticia del fusilamiento de Calama, porque se trataba de agentes de la policía secreta y siempre se pensó que Pinochet los iba a indultar a último momento –dice.

Nacido en Viña del Mar, Cisternas estudió Arquitectura y trabajó como dibujante en una agencia de publicidad antes de aterrizar en el periodismo. Primero estuvo en el diario La Unión de Valparaíso, pasó por las radios Magallanes y Chilena, y el golpe de Estado lo pilló en el diario Última Hora, de propiedad del Partido Socialista.

Hasta ese momento, cubría las noticias que salían de La Moneda y Cancillería. Documentó los últimos años de gobierno de Jorge Alessandri y casi todo el período de Eduardo Frei Montalva. Y ya hacia el final se dedicó a la caricatura política. Allí hizo dupla con Jorge Mateluna (Orsus), conocido por su personaje El Enano Maldito.

Cisternas dibujaba bajo el seudónimo de Cixter y su personaje, aparecido en 1972, era El reportero Homero. Pero tras el golpe, Última Hora fue clausurado y pasaron varios meses antes de que consiguiera empleo en Associated Press (AP) como redactor. Años después, dice, lo destinaron a la oficina de AP en Ecuador y en 2003 regresó a Chile como editor para América Latina de la agencia, cargo que ocupó hasta su jubilación.

Dos años antes del fusilamiento, Gabriel Hernández y Eduardo Villanueva habían engañado, mediante un falso operativo de seguridad, a dos empleados del Banco del Estado de Chuquicamata: los hicieron retirar 45 millones y luego dinamitaron sus cuerpos en el desierto. Arriba, una reproducción del diario O´Globo donde apareció el dibujo de Cisternas. A la izquierda, el funeral de los fusilados.
Dos años antes del fusilamiento, Gabriel Hernández y Eduardo Villanueva habían engañado, mediante un falso operativo de seguridad, a dos empleados del Banco del Estado de Chuquicamata: los hicieron retirar 45 millones y luego dinamitaron sus cuerpos en el desierto. Arriba, una reproducción del diario O´Globo donde apareció el dibujo de Cisternas.

En el intertanto recuerda haber vivido uno de los hitos de su carrera: estuvo, junto a su colega Humberto Zumarán, de la agencia France Presse, en la primera conferencia de prensa clandestina del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en enero de 1984.

–Nos llegó la invitación, pero el temor era que podía ser una trampa de la CNI. El punto de encuentro fue en Latadía con Bilbao, donde está el supermercado Jumbo. Allí nos pasó a recoger una camioneta, nos vendaron y nos llevaron hasta una casa, donde nos esperaban miembros del Frente encapuchados. Querían anunciar que eran el brazo armado contra la dictadura. Tiempo después me enteré que uno de ellos había aparecido muerto en el sur.

***

Pese a que no era parte de su trabajo, mientras era periodista de AP, Carlos Cisternas nunca dejó de dibujar. Ilustró cómo iba a quedar la frontera entre Chile y Argentina tras el acuerdo del canal Beagle. También hizo un mapa de las dictaduras de América del Sur en los 80. Incluso recuerda que entregó una caricatura de los miembros de la Junta Militar, que nunca fue enviada.

Por eso, en octubre de 1982, cuando le dijeron que estaba designado para cubrir el fusilamiento de Calama, propuso a sus jefes dibujar el momento.

–No tenía una emoción ni un sentimiento especial. Ni tristeza ni nada. Lo único que pensaba era que los dos condenados habían cometido un crimen horrible y monstruoso. No eran seres humanos. Y, además, eran agentes de la CNI. Estaba totalmente de acuerdo con el castigo.

El hecho al que se refiere Cisternas había conmocionado al país y fue conocido como “el crimen del siglo”. Dos años antes del fusilamiento, Gabriel Hernández y Eduardo Villanueva habían engañado mediante un falso operativo de seguridad a dos empleados del Banco del Estado de Chuquicamata y los hicieron retirar 45 millones de pesos desde las bóvedas. Luego los asesinaron a balazos y dinamitaron sus cuerpos en el desierto.

Cisternas cuenta el caso con la misma repulsión que sentía en esa época. Lo único que le afectó, reconoce, fue otra cosa, que ocurrió pocas horas antes del fusilamiento.

–Sucedió como a las 11 de la noche. Estábamos un grupo de periodistas reunidos en el hall de la hostería de Calama esperando que nos llevaran a la cárcel, cuando de repente entró un señor desesperado y jadeante. Era el papá de Gabriel Hernández. “Vengo llegando de Santiago”, nos dijo. “El Presidente sigue negando el indulto. ¡Por favor, señores periodistas, ayúdenme! Hagan presión, creen conciencia para que sean indultados. ¡Se los ruego!”. Tenía el rostro desencajado y transpiraba mucho. Fue tan impactante esa escena, que todos nos quedamos mudos. Yo me puse en su lugar. Era comprensible su angustia. Hasta hoy me emociona recordar la desesperación de ese padre.

Ya en el patio de la cárcel, Cisternas recuerda nítidamente el silencio. Para él, la secuencia es muda. Los periodistas, instalados en una especie de tribuna, no hablaban entre sí. Los condenados entraron uno detrás de otro, lentamente, engrillados de los pies y con la vista vendada. Lo único que se escuchaba, dice, era el murmullo de los rezos de un cura.

–Éramos todos como fantasmas.

No se podía entrar con grabadoras ni lápices ni libretas de apuntes ni hojas para dibujar. Así que Cisternas, al igual que el resto de los reporteros, debía confiar en su memoria. Pero un cambio de última hora le desarmó toda la idea que llevaba.

–A Gendarmería había llegado el rumor de que una revista tenía preparada una foto trucada del momento. Entonces se cambió la ubicación de los fusilados para dejar en evidencia el engaño. Lo normal es que hubieran estado los dos, hombro con hombro, separados por unos dos metros. Pero los pusieron en una posición muy inusual para una ejecución. Era tan difícil de explicarla como de dibujarla.

Cisternas perdió el dibujo original que hizo del fusilamiento de Jorge Sagredo y Carlos Topp Collins, los “Psicópatas de Viña del Mar”. Esta es una reproducción exacta que hizo años después, con ambos condenados encapuchados y con un círculo rojo en el pecho.
Cisternas perdió el dibujo original que hizo del fusilamiento de Jorge Sagredo y Carlos Topp Collins, los “Psicópatas de Viña del Mar”. Esta es una reproducción exacta que hizo años después, con ambos condenados encapuchados y con un círculo rojo en el pecho

La decisión de Gendarmería fue ponerlos cruzados o, como lo describió Cisternas en su crónica: si nos imaginamos un reloj, uno estaba a las 12 y el otro a las 3, cada uno con un pelotón de ocho fusileros en frente.

–Más de alguno pensó que al momento de los disparos, las balas se cruzarían y podrían chocar entre sí –cuenta Cisternas–. Pero al momento en que el teniente bajó su espada en señal de abrir fuego, la sentencia fue cumplida sin problemas.

Cuatro médicos se acercaron para constatar la muerte, pero sorpresivamente, ante la mirada de los testigos, Hernández movió el brazo. El periodista baja la voz para contar lo que ocurrió entonces: el teniente se acercó, desenfundó su revólver y le dio el tiro de gracia en la sien derecha. El proyectil atravesó el cráneo, rebotó en el piso y en una trayectoria ascendente rompió un vidrio del techo.

Sentado cerca de Cisternas, estaba el periodista Ignacio González Camus, que entonces trabajaba en revista Hoy:

–No fue un espectáculo agradable –recuerda–. Un fusilamiento es una especie de ballet macabro, desde que entra el pelotón calzando zapatillas para no hacer ruido. Yo tenía una sensación de angustia y las escenas en mi memoria son un poco oscuras. No fui por gusto. Fui cumpliendo una labor profesional.

Otro de los periodistas presentes fue Alipio Vera, quien había sido enviado por TVN:

–Fue una tarea ingrata. Me sentí partícipe de una horrible y siniestra obra teatral, porque a cada instante se cumplía lo que ya estaba escrito como procedimiento. Salí de esa negra experiencia con mucha pesadumbre. Sentí que mi profesión me obligaba a experimentar situaciones muy difíciles, pero no me quebré, a diferencia de algunos colegas que lloraban hasta con verdaderos gemidos.

Al respecto, Carlos Cisternas recuerda que vio al experimentado reportero Rubén Adrián Valenzuela salir llorando, totalmente conmocionado.

De regreso a la hostería, antes de escribir el texto, Cisternas hizo la ilustración en una cartulina blanca. No tenía mucho tiempo, relata, porque la noticia era esperada por varios diarios del mundo. Así que la terminó rápido, en no más de 15 minutos. Entonces muestra la imagen en su celular: allí se ven los trazos a mano alzada, el sombreado para retratar el alba, los fusileros a punto de disparar ante la orden del teniente, la posición asumida de Villanueva y la tensión de Hernández.

–No ocupé tinta china. Preferí el lápiz grafito para darle más volumen a la escena. Lo hice sin muchos elementos, lo más básico posible, porque era difícil resolver ese dibujo.

Lo siguiente fue enviarlo. Cisternas había llevado desde Santiago una máquina de radiofotos, parecida a un fax, con la que se mandaban las fotografías enrollándolas en un cilindro. Nunca se había transmitido un dibujo por ahí, pero a Cisternas le pareció que podría servir. Había otra dificultad: cómo instalar el aparato a la línea telefónica.

–Fue todo muy artesanal. Había que destornillar la bocina del teléfono. Luego introducir un par de pinzas en los cables, como se hace con las baterías de los autos. Y si todo iba bien, llamar luego a la agencia en Nueva York para avisarles que estaba listo. La transmisión se demoró unos 15 minutos.

Cisternas se llevó la ilustración consigo y la guardó entre un montón de papeles que acumuló en su casa por años.

Hoy es el único documento gráfico de ese día.

***

No era el primer fusilamiento al que recuerda haber asistido. Antes, en 1967, Carlos Cisternas estuvo en otro, aunque esa vez no entró. Solo acompañó al periodista y se quedó afuera de la Penitenciaría de Santiago para escuchar los balazos, cuenta.

–Soy partidario de la pena de muerte –dice, cruzando los brazos–. Sé que es un tema polémico, porque ¿quién tiene derecho a quitarle la vida a otro?, pero no lo veo como una forma de inhibir o disuadir a un potencial asesino. Lo veo para eliminar a una persona que no tiene rehabilitación y es irrecuperable para la sociedad.

Ignacio González Camus tiene otra opinión:

–Nunca he sido partidario. Siempre se puede enmendar el rumbo, pero la muerte corta toda posibilidad de reivindicación de los condenados.

Alipio Vera también está en contra.

–Cuando fui al fusilamiento de Calama, pensaba que la muerte de los asesinos quizá no alcanzaría a mitigar el dolor de los familiares de las víctimas. Tal vez los autores de crímenes horrendos como aquel debieran pagar toda su vida con cadena perpetua, sin beneficio alguno, y con trabajo duro, para que la sociedad no tenga que financiar la mantención de esos personajes. Podría ser algo más humano y de justicia que eliminarlos.

Aunque Carlos Cisternas coincide en que con o sin pena de muerte seguirán ocurriendo hechos de sangre, grafica su posición con la idea de “sacar de circulación la manzana podrida”. Era lo que pensaba cuando Jorge Sagredo y Carlos Topp Collins, los “Psicópatas de Viña del Mar”, fueron condenados por el asesinato de 10 personas y la violación de cuatro mujeres entre 1980 y 1982. La ejecución de ambos se realizó en la cancha de la cárcel de Quillota la madrugada del 29 de enero de 1985, ante un pelotón de 16 fusileros. Entre los periodistas presentes estaba Cisternas con la misma misión de dibujar el acontecimiento.

–Al igual que en Calama, no tenía ningún sentimiento. Hay que ubicarse en la época: eran carabineros que habían cometido unos crímenes atroces.

El procedimiento fue calcado al anterior, recuerda Cisternas, salvo por unas frazadas que se habían extendido en el piso y un detalle que no había visto antes: un gendarme les puso a los condenados un círculo rojo a la altura del corazón. Pero el resto fue idéntico, incluso el silencio.

Funeral de fusilado Jorge Sagredo Pizarro en enero de 1985. "Los psicópatas de Viña del Mar" fueron los últimos que Chile pagaron en Chile con su vida por los crímenes que cometieron.
Funeral de fusilado Jorge Sagredo Pizarro en enero de 1985. “Los psicópatas de Viña del Mar” fueron los últimos que Chile pagaron en Chile con su vida por los crímenes que cometieron.

–El otro día vi el fusilamiento de Perdona nuestros pecados. En la serie, el pelotón entraba haciendo ruido con sus botas contra el suelo y el oficial daba la orden de disparar a viva voz. Eso no ocurre en la realidad. Aquí no se escuchaba nada.

Luego de la ejecución, Cisternas llegó hasta la oficina de AP en Viña del Mar para enviar el dibujo. Esta vez no tuvo mayores complicaciones, porque el equipo de radiofotos ya estaba instalado y listo para la transmisión. También porque la urgencia parecía ser menor: los medios internacionales no estaban tan interesados en este caso como en el de Calama.

–Hubo menos publicaciones y no me llegaron recortes. Además, no sé por qué, nunca se me ocurrió guardar el dibujo original. El que tengo es una reproducción exacta que hice para mostrarles a unos alumnos en una charla.

Cuando busca la foto en su celular, aparece su ilustración desde la misma perspectiva en la que fue testigo: detrás del pelotón y frente a Sagredo y Topp Collins, ambos amarrados al banquillo, encapuchados y con el círculo en el pecho.

–Los cuerpos de ambos se agitaron un par de segundos y desde el corazón de Sagredo brotó un hilo de sangre que regó el piso a sus pies, como si hubieran abierto una llave –relata Cisternas.

En ese momento, el periodista miró su reloj.

Eran las 5:55 de la madrugada.

*Este artículo fue publicado originalmente en Revista Sábado de El Mercurio el 6 de octubre de 2018 bajo el título: “El ilustrador, los fusileros y los condenados”