Vengo de un lugar donde periodismo y literatura se han mezclado una y otra vez, con el objetivo de nutrirse y de dar paso a grandes textos donde el relato de la realidad se vea enriquecido por una prosa cercana a la ficción. Textos en los que sus autores han tratado de entender y describir su realidad y su tiempo, con la rigurosidad de la reportería profunda, pero en los que también se han plasmado sus impresiones de lo investigado y en los que se descubren distintos puntos de vista y el cuidado de los aspectos literarios. Son muchos los narradores colombianos que se han destacado en este ámbito.
Hacia 1945, por ejemplo, se empezó a gestar un tránsito entre el periodismo y la literatura. Se generaron profundas discusiones para hasta dónde el periodismo se podía nutrir del arte. Sus más reconocidos cultores fueron Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Zamudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, a los que se les conoció como el “Grupo de Barranquilla”.
Esa amalgama entre periodismo y literatura se ha mantenido durante décadas gracias al trabajo de escritores y cronistas como Antonio Caballero, German Santamaría, Juan Gossaín, German Castro Caicedo, Heriberto Fiorillo, Alfredo Molano Bravo, Javier Darío Restrepo, Juan José Hoyos, Cristian Valencia, José Navia, Alberto Salcedo Ramos, entre muchos otros, que han encontrado su propia voz y se han empeñado en desdibujar las fronteras entre la información pura y el relato.
Crecí leyendo Relato de un náufrago de García Márquez, Perdido en el Amazonas de Germán Castro Caicedo o Desterrados: Crónicas del desarraigo, de Alfredo Molano Bravo; y siguiendo de cerca las crónicas publicadas en revistas colombianas como Gatopardo, Soho o El Malpensante. Ellas me permitieron acercarme a los textos de periodistas no solo de mi país sino de distintos rincones del continente. Patricia Nieto, Juan Villoro, Ernesto McCausland, Cristián Alarcón, Leila Guerriero, Martín Caparrós, Alma Guillermoprieto, Julio Villanueva Chang, Juan Cristóbal Peña, Josefina Licitra, Boris Muñoz, Alberto Fuguet, Gabriela Wiener, Sinar Alvarado, Juan Miguel Álvarez, Melba Escobar, Julián Isaza,y José Guarnizo, fueron algunos de los que disfruté.
Alberto Salcedo Ramos, uno de los más representativos cronistas colombianos, sostiene que en América Latina siempre hubo grandes narradores de no ficción. “Yo digo que eso tiene que ver, en parte, con nuestra realidad tan vertiginosa y con la naturaleza de nosotros. Tenemos una tendencia a dejar un testimonio inmediato sobre los hechos que nos causan impacto, para bien o para mal. El periodismo nuestro casi siempre respondió a eso. Algunos académicos nos han contado cómo en América Latina comenzó a hacerse este tipo de periodismo narrativo mucho antes que en Estados Unidos. En el siglo XIX ya José Martí decía que contar historias a través de los periódicos servía para “democratizar la inteligencia”. Su argumento era que los diarios, por ser masivos, permitían llegar a un público más amplio, y que eso podría aprovecharse para producir un tipo de relato atractivo que generara mayor interés”.
Salcedo Ramos también asegura que se pueden encontrar grandes piezas literarias en el periodismo latinoamericano de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El poeta César Vallejo, por ejemplo, escribió en 1927 una crónica memorable sobre el entierro de la bailarina Isadora Duncan. Vallejo utiliza el funeral como pretexto para trazar un fresco de la época y elaborar un retrato perspicaz de la gran bailarina. El mexicano Manuel Gutiérrez de Nájera publicó en 1880 Las memorias de un vago, es decir, ya por entonces mostraba una apertura hacia temas de la cotidianeidad que interesaban poco o nada a los doctos que dirigían los medios. Precisamente, ese sería -más tarde- un rasgo fundamental del periodismo narrativo.
Luvia Morales Rodríguez en “Alberto Salcedo Ramos: cultura popular, crónica colombiana y periodismo norteamericano”, habla que, en la región, la crónica goza de buena salud, cuenta con un nicho de lectores respetable, y ha logrado interesar a diversos medios; varios de ellos claros impulsores iniciales del género. Dice que la crónica le ha dado al periodista colombiano la licencia de sumergirse a fondo en la realidad a través del alma de la gente, lo que le ha permitido relatar historias particulares de manera universal.
Fortalecer el género
Fue precisamente esa preocupación por promover “la ética profesional, la rigurosidad y la calidad narrativa del oficio periodístico en Iberoamérica”, lo que llevó a Gabriel García Márquez a crear en 1994 la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), un espacio para “formar, inspirar, incentivar y conectar a periodistas de todo tipo de soportes y medios, facilitando el intercambio de experiencias entre maestros expertos en el oficio y colegas que buscan la excelencia en el periodismo”. Un lugar que se fue consolidando como el principal promotor del periodismo narrativo en la región y que se ha encargado de invitar a muchos a sumergirse en el mundo de la crónica y del periodismo narrativo. En torno al FNPI se han forjado nuevas generaciones de autores interesados en contar historias de largo aliento con libertad creativa.
Fue por la década de los años 90 que aparecieron foros, premios, conferencias, magazines y espacios que apuntaban al mismo objetivo. Entre ellos destacaron la Escuela de Periodismo Portátil del cronista chileno Juan Pablo Meneses o el premio “Las Nuevas Plumas”, una alianza entre Periodismo Portátil y la Universidad de Guadalajara, en México.
Desde 2013 la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano entrega anualmente el Premio Gabo, un galardón que ha logrado ubicarse como uno de los más prestigiosos de la actualidad, en el entorno de un festival de periodismo que se toma la ciudad de Medellín.
La crónica es…
Una de las características que ha distinguido a la FNPI, hoy Fundación Gabo, es la calidad de sus maestros, quienes, en realidad, son cronistas, escritores y personas que viven del periodismo. La primera en ser invitada a ofrecer un taller de crónica fue la escritora mexicana Alma Guillermoprieto. Sus alumnos fueron diez reporteros menores de 30 años que se reunieron en las instalaciones del diario El Universal de Cartagena. Y con ella y este primer grupo estuvo Gabriel García Márquez. Él también se convirtió en maestro y dictó talleres y charlas dedicadas a explorar el periodismo literario. En estos años, más de 25, han desfilado por la FNPI maestros de distintos rincones del mundo, todos convocados por la exploración del periodismo y de la literatura. Entre ellos están Jon Lee Anderson, Juan Villoro, Héctor Feliciano, Carlos Monsiváis, Jean-François Fogel, Gumersindo Lafuente o Ryszard Kapuscinski, entre muchos otros.
Kapuscinski solía repetir en sus clases que la crónica “es literatura construida a partir del material de la realidad”. Así recuerda Martín Caparrós, el escritor argentino que ha estado vinculado a la Fundación desde sus inicios y que tuvo la tarea de acompañar al veterano periodista polaco en uno de sus talleres en Argentina.
Caparrós considera que la crónica “es el género de no ficción donde la escritura pesa más. La crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión”. Así puede leerse en el prólogo que escribió para el libro Las mejores crónicas de Gatopardo. Allí también agrega que “la magia de una buena crónica consiste en conseguir que el lector se interese en una cuestión que, en principio, no le interesa en lo más mínimo” y explica que el poder de este género radica en que trae del pasado un suceso o tema, un lugar o un personaje, “sobre la base de un significado universal”.
Leila Guerriero, también argentina como Caparrós y maestra de la Fundación, reconocida como una de las más importantes exponentes de la crónica latinoamericana, considera que el periodismo literario “(…) es muchas cosas pero es, ante todo, una mirada –ver, en lo que todos miran, algo que no todos ven– y una certeza: la certeza de creer que no da igual contar la historia de cualquier manera”. Esta reflexión, que hizo en 2010 durante el seminario “Narrativa y periodismo”, en Santander, España, aparece publicada en la revista Anfibia. Según ella, este género le permite al periodista detenerse, mirar con ojos atentos la realidad y ofrecer historias que van más allá de la inmediatez de la noticia, historias narradas con pausa y con una mirada particular; historias que han requerido una investigación profunda, de revisión de archivos, consulta de fuentes, de cifras, de estadísticas y documentos, para al final ofrecer textos escritos con precisión y con una prosa rica, viva.
Libros, el nuevo espacio para la crónica
El libro es hoy en día un aliado natural para este tipo de periodismo porque permite trabajar con mayor profundidad temas complejos, es decir, ofrece las condiciones de tiempo y espacio necesarias para que los autores puedan presentar historias extensas, ampliamente investigadas y escritas con mayor cuidado. Gustavo Mauricio García Arenas, editor general de la editorial colombiana Ícono, considera que el libro se ha convertido en un refugio para aquellos que le apuestan al periodismo narrativo. Habla desde su experiencia. Fue editor de libros de Referencia en Editorial Norma, editor general de Intermedio Editores-Círculo de Lectores y director editorial de libros de No Ficción (Aguilar) en el Grupo Santillana y, cuando logró crear su propia editorial independiente, tuvo una colección dedicada al periodismo. En “Memoria viva y actual” ha publicado a cronistas como Alfredo Molano o Juan Pablo Meneses; le ha dado espacio a los trabajos investigativos de la periodista Olga Behar y hace un par de años se dejó atrapar por un proyecto que reunía crónicas de refugiados en el exilio. Sin Maletas, historias de refugiados y migrantes se trata de un libro colectivo que reúne una decena de crónicas “de hombres, mujeres y niños, forzados a migrar para salvar sus vidas”.
La aparición de nuevos sellos en la región y de colecciones dedicadas a la publicación de obras periodísticas, de no ficción y de crónica, junto con el surgimiento de nuevas generaciones de autores narrativos, ha permitido que el género se fortalezca y cree un público interesado, que lo compra. Pero también suma el trabajo que hacen sellos consolidados como Debate, que lidera la no ficción en Penguin Random House, ofreciendo reportajes con un fuerte componente narrativo. Seix Barral de Planeta también publica crónica, investigaciones, y ensayos, entre otros. En el 2020 por ejemplo, apareció Cuando éramos felices pero no lo sabíamos, un libro en el que la escritora y periodista colombiana Melba Escobar recoge sus impresiones después de realizar una serie de viajes a Venezuela para conocer y entender la explosiva migración venezolana.
“Narrar en el periodismo es el arte de construir versiones de los sucesos del mundo exterior a partir de un juego de equilibrio entre la memoria y la voz de los testigos, los datos dormidos en los documentos, los signos alojados en los contextos, y la mirada contemplativa, creativa, reflexiva y comprometida del autor”, dice la periodista y escritora colombiana Patricia Nieto al prologar el libro Escribiendo historias: el arte y el oficio de narrar en el periodismo, de Juan José Hoyos.
*Este texto corresponde a un capítulo editado de la tesis de grado de Katherine Moreno Sarmiento llamada “Plan editorial de un libro sobre historias de mujeres latinoamericanas migrantes en Chile” (2021) para optar al Magíster en Edición de la UDP.